Una boda representa uno de los acontecimientos más importantes de la vida.
Nuestra mente, se convierte en una experta en orquestar el día perfecto, atesorando hasta el más mínimo detalle, recreando cada instante de una manera magistral.
Ante tal perfección, sería imposible creer que ésta haya podido dejar de lado algo… pero así es, olvidó revelarnos el torbellino de emociones, que se desencadenarían al aceptar la propuesta de matrimonio.
Miedo, alegría, tristeza… nunca imaginamos todas las vivencias que vamos a experimentar, hasta que decidimos emprender el recorrido hacia nuestra boda; generalmente, las comedias románticas nos muestran un sinfín de anécdotas divertidas que ocurren durante este viaje, pero son pocos los filmes que se adentran en el profundo y real camino hacia el altar.
Decir “sí acepto” a tan esperada propuesta, es tan sólo el inicio de la aventura que está por comenzar.
Tanto para hombres, como para mujeres, representa un cambio de 180 grados, que nos pondrá a prueba como pareja y que consolidará los cimientos de ese gran amor.
Como novia, próxima a casarse en un año, he descubierto un abanico de emociones, que parecían escondidas, aguardando este momento para invadir por completo mi ser.
La primera vez que sentí miedo, después de aceptar casarme, una pizca de culpa me estremeció; no concebía la idea de asustarme, cuando estoy viviendo la mejor etapa de mi vida.
Me preocupaba compartir estos sentimientos con mi pareja y que mis palabras pudieran herirlo; pero, al mismo tiempo, no podía mirarlo a los ojos, sabiendo que me reservaba mi verdadero sentir.
Después de darle vueltas en mi cabeza, me dispuse a platicar con él; convirtiéndose en una inesperada sorpresa, descubrir que mi novio pasaba por lo mismo y que temía que, yo pudiera imaginar que el arrepentimiento había tocado a su puerta.
Afortunadamente, tras una reveladora conversación, entendí que la vida es un “ying yang”; que se necesitan de dos fuerzas opuestas para lograr un equilibro.
Comprendí que, ese miedo que se alberga en mi corazón y que provoca esos extraños nervios, simplemente, es el reflejo que vaticina una felicidad sublime, al lado de esa persona por la que vale suspirar toda la vida.
“Un matrimonio feliz, es una larga conversación que siempre parece demasiado corta” André Maurois (1885-1967) .
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